(Microrrelato perteneciente a "Memoria del fuego 1, los nacimientos", de Eduardo Galeano.)
Mil
hombres van barriendo el camino del Inca hacia la vasta plaza donde aguardan,
escondidos, los españoles. La multitud tiembla al paso del Padre amado, el
Solo, el duelo de los trabajos y las fiestas; callan los que cantan y se
detienen los que danzan. A la poca luz, la última del día, relampaguean de oro
y plata las coronas y las vestiduras de Atahualpa y su cortejo de señores del
reino.
¿Dónde
están los dioses traídos por el viento? El Inca llega al centro de la plaza y
ordena esperar. Hace unos días, un espía se metió en el campamento de los
invasores, les tironeó las barbas y volvió diciendo que no eran más que un
puñado de ladrones salidos de la mar. Era blasfemía le costó la vida. ¿Dónde
están los hijos de Wiracocha, que llevan estrellas en los talones y descargan
truenos que provocan el estupor, la estampida y la muerte?
El
sacerdote Vicente de Valverde emerge de las sombras y sale al encuentro de
Atahualpa. Con una mano alza la biblia y con la otra un crcucifijo, como
conjurando una tormenta en alta mar, y grita que aquí está Dios, el verdadero,
y que todo lo demás es burla. El interprete traduce y Atahualpa, en lo alto de
la muchedumbre, pregunta:
-¿Quién
te lo dijo?-
-Lo
dice la Biblia, el libro sagrado.-
-Daméla,
para que me lo diga.-
A
pocos pasos, detrás de una pared, Francisco Pizarro desenvaina la espada.
Atahualpa
mira la biblia, le da vueltas en la mano, la sacude para que suene y se la aprieta contra el oído:
-No
dice nada, está vacía.-
Y
la deja caer.
Pizarro
espera este momento desde el día en que se hincó ante el emperador Carlos V, le
describió el reino grande como Europa que había descubierto y se proponía
conquistar y le prometió el más esplendido tesoro de la historia de la
humanidad. Y desde antes: desde el día en que su espada trazó una raya en la
arena y unos pocos soldados muertos de hambre, hinchados por las plagas,
juraron acompañarlo hasta el final. Y desde antes aun, desde mucho antes:
Pizarro espera este momento desde que hace cincuenta y cuatro años fue arrojado
a la puerta de una iglesia en Extremadura y bebió leche de puerca por no
hallarse quien le diera de mamar.
Pizarro
grita y se abalanza. A la señal, se abre la trampa. Suenan las trompetas, carga
la caballería y estallan los arcabuces, desde la empalizada, sobre el gentío
perplejo y sin armas.
BWAHAHAHAAAHA!