(Relato perteneciente a "Espejos".)
Venus apareció, una mañana, en la ciudad de Siena. La encontraron echada, desnuda, al sol.
La ciudad rindió honores a esta diosa de mármol, enterrada en tiempos del imperio romano, que había tenido la gentileza de surgir desde el fondo de la tierra.
Se le ofreció por residencia la cabecera de la fuente principal.
Nadie se cansaba de verla, todos querían tocarla.
Pero poco después llegaron la guerra y sus espantos, y Siena fue atacada y saqueada. Y en su sesión del 7 de noviembre de 1357, el Concejo Municipal decidió que Venus tenía la culpa. Por castigo del pecado de idolatría, Dios había enviado esa desgracia. Y el Concejo mandó destrozar a Venus, que invitaba a la lujuria, y dispuso que sus pedacitos fueran enterrados en la ciudad de Florencia.
En Florencia, ciento treinta años después, otra Venus nació, de la mano de Sandro Botticelli. El artista la pintó mientras ella brotaba de la espuma, sin más ropa que la piel.
Y un década más tarde, cuando el monje Savonarola alzó su gran fogata de purificación, dicen que dicen que Botticelli, arrepentido de los pecados de sus pinceles, alimentó las llamas con algunas diabluras por él pintadas en sus años juveniles.
Con Venus, no pudo.
BWAHAHAHAAAHA!
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