(Microrrelato
perteneciente a "Los hijos de los días", de Eduardo Galeano.)
Había
sido copiosa la bebedera, diciendo adiós al año que pronto se iría, y andaba yo
perdido en las calles de Cádiz.
Pregunté
por donde se iba al mercado. Un viejo desprendió su espalda de la pared y muy
desganadamente me respondió, señalando nada:
-Tu
haz lo que la calle te diga.-
La
calle me dijo, y yo llegué.
Algunos
miles de años antes, Noé había navegado sin brújula, ni velas, ni timón.
El
arca se dejó ir, por donde el viento le dijo, y se salvó del diluvio.
BWAHAHAHAAAHA!
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