(Microrrelato perteneciente al libro "Fábulas fantásticas".)
Irguiendose de
la tumba, una mujer se presentó a la puerta del Paraíso, y golpeó con mano
temblorosa.
-Señora.-dijo
San Pedro, levantándose y acercándose a la ventanilla.-¿De donde viene?-
-De San
Francisco.-respondió la mujer, avergonzada, mientras grandes gotas de sudor
brillaban en su frente espiritual.
-¡No importa, mi
buena muchacha!-contestó el santo, compasivamente. –Ka esternidad es un tiempo
largo; terminarás por olvidar.-
-Pero eso no es
todo.-la mujer estaba cada vez más turbada.-Yo envenené a mi esposo…yo
descuarticé a mis niños, yo…-
-Ah,-dijo el
Santo, con súbita severidad.-tu confesión sugiere una grave posibilidad. ¿Eras
miembro de la asociación de mujeres de prensa?-
La mujer se
irguió y replicó con entusiasmo:
-No.-
Las puertas de
madreperla y jaspe giraron sobre sus goznes de oro, produciendo la música más
cautivadora, y el santo, haciéndose a un lado, hizo una reverencia, diciendo:
-Entra,
entonces, en tu eterno descanso.-
Pero la mujer
vacilaba.
-El
envenenamiento… el descuartizamiento… el… el…-tartamudeó.
-No tienen
importancia, te lo aseguro. No vamos a mostrarnos rigurosos con una señora que
no pertenecía a la Asociación de Mujeres de Prensa. Toma un arpa.-
-Pero… yo
solicité el ingreso… Me pusieron bolilla negra.-
-Toma dos
arpas.-BWAHAHAHAAAHA!
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