(Microrrelato
perteneciente a "Los hijos de los días", de Eduardo Galeano.)
Hasta
hace algún tiempo, muchos europeos sospechaban que los animales eran demonios
disfrazados.
Las
ejecuciones de los bichos endemoniados, por horca o por fuego, eran
espectáculos públicos tan exitosos como la quemazón de las brujas amantes de
Satán.
El
18 de abril de 1499, en la abadía francesa de Josafat, cerca de Chartres, un
cerdo de tres meses de edad fue sometido a proceso criminal.
Como
todos los cerdos, él no tenía alma ni razón, y había nacido para ser comido.
Pero en lugar de comido, comió: fue acusado de haber almorzado a un niño.
La
acusación no estaba fundada en ninguna evidencia. A falta de pruebas, el
cerdito pasó a ser culpable cuando el fiscal, Jean Lavoisier, licenciado en
Derecho, alcalde mayor del monasterio de Saint Martin de Laon, reveló que la
devoración había ocurrido en Viernes Santo.
Entonces
el juez dictó sentencia. Pena Capital.
BWAHAHAHAAAHA!
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