(Poema perteneciente a "Las Flores del Mal", de Charles Baudelaire.)
CVIII
La
negación de San Pedro.
¿Qué
hace Dios ante esa oleada de anatemas
Que
todos los días asciende hasta sus queridos serafines?
Como
un tirano harto de viandas y de vinos,
Se
duerme al dul son de nuestras horribles blasfemias.
Los
sollozos de los mártires y de los ajusticiados
Son
sin duda una sinfonía embriagadora,
Ya
que, a pesar de la sangre que cuesta su voluptuosidad,
¡los
cielos no se han saciado aun!
-¡Ah!¡Jesús,
recuerda el Huerto de los Olivos!
En
tu simplicidad rezabas de rodillas
A
aquel que en su cielo se reía del ruido de los clavos
Que
en tus carnes clavaban los innobles verdugos,
Cuando
viste escupir en tu divinidad
La
chusma de guardias y cocineros,
Y
cuando sentiste hundirse las espinas
En
tu cráneo donde vivía la inmensa Humanidad;
Cuando
el horrible peso de tu cuerpo quebrado
Alargaba
tus brazos distendidos, y tu sangre
Y
tu sudor corrían por tu pálida frente,
Cuando
fuiste expuesto ante todos como un blanco,
¿pensabas
en aquellos días tan brillantes y hermosos
En
que viniste a cumplir la eterna promesa,
Cuando
recorrías, montado en una mansa pollina.
Los
caminos alfombrados de flores y de ramos,
Cuando
con el corazón henchido de esperanza y valor,
Azotabas
con fuerza a aquellos viles mercaderes,
En
fin, cuando fuiste maestro? ¿Es que el remordimiento
No
pasó tu costado mucho antes que la lanza?
-En
cuanto a mi, saldré en verdad satisfecho
De
un mundo en el que la acción no es hermana del sueño,
¡Ojalá
pueda yo usar la espada y morir por la espada!
San
Pedro renegó de Jesús… ¡Muy bien hecho!
BWAHAHAHAAAHA!
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