(Microrrelato
perteneciente a "Los hijos de los días", de Eduardo Galeano.)
En
el año 1517, el monje alemán Martín Lutero clavó sus palabras de desafío en la
puerta de la iglesia del Castillo de Wittenberg.
Gracias
a un invento llamado imprenta, esas palabras no se quedaron allí. Las tesis de
Lutero llegaron a las calles y a las plazas y entraron en las casas, las
tabernas y los templos de Alemania y más allá.
La
fe protestante estaba naciendo. Lutero atacaba la ostentación y el despilfarro
de la Iglesia
de Roma, la venta de entradas al paraíso, la hipócrita soltería de los sacerdotes…
No
solo por palabras se difundían estas herejías. También por imágenes, que
llegaban a más gente, porque pocos sabían leer pero todos eran capaces de ver.
Los grabados que ayudaron a difundir las protestas de Lutero, obras de Lucas
Cranach, Hans Holbein y otros artistas, no eran muy amables, que digamos: el
Papa aparecía como un monstruoso becerro de oro, o un burro enjoyado que caía
de cabeza a las llamas del infierno.
Estos
filosos instrumentos de propaganda religiosa, que tanto ayudaron a la difusión
masiva de la rebelión luterana, fundaron, sin saberlo, las caricaturas
políticas de nuestro tiempo.
BWAHAHAHAAAHA!
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