(Microrrelato
perteneciente a "Los hijos de los días", de Eduardo Galeano.)
El terremoto de
Haití había culminado la larga tragedia de un país sin sombra y sin agua, que
había sido arrasado por la voracidad colonial y la guerra contra la esclavitud.
Los amos
destronados lo explican de otra manera: el vudú tenía y tiene la culpa de todas
las desdichas. El vudú no merece ser llamado religión. No es más que una
superstición venida del África, magia negra, cosa de negros, cosa del diablo.
La Iglesia
Católica, donde no faltan fieles capaces de vender uñas de los santos y plumas
del arcángel Gabriel, logró que esa superstición fuera legalmente prohibida en
Haití, en 1845, 1860, 1896, 1915 y 1942.
En los últimos
tiempos, el combate contra la superstición corre por cuenta de las sectas
evangélicas. Las sectas vienen del país de Pat Robertson: un país que no tiene
piso 13 en sus edificios ni fila 13 en sus aviones, donde son mayoría los
civilizados cristianos que creen que el mundo fue fabricado por Dios en una
semana.
BWAHAHAHAAAHA!
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